Interesdun pertsonaia

Iñaki Gabilondo

Periodista

"Soy un disfrutón profesional"

IÑAKI Y LA AÑORANZA DEL MAR. El suelo de la casa familiar de los Gabilondo siempre estaba lleno de arena de la playa de La Concha. Por más que María Luisa, madre de nueve criaturas, pasase la escoba, las baldosas de aquel
piso de la calle Txurruka delataban dónde habían pasado las horas sus vástagos. Todos los días del año. Lloviera o bajo un sol de justicia. Durante varios lustros, La Concha fue testigo de los juegos, de las travesuras y de los amoríos adolescentes de su prole. Una tarde de primavera, sentados frente a la bahía en la terraza del Hotel Londres, reconoce Iñaki Gabilondo que por muchos años que lleve viviendo en Madrid, no se acostumbra a estar lejos de aquí. “Uno nunca se cura de eso. La añoranza insuperable es la del mar”, confiesa el periodista. Hombre cercano y exquisito en el trato, no para de trabajar a una edad –unos muy bien llevados 76 años– en la que la mayoría de los mortales desea llevar una vida sin sobresaltos. Hacemos un repaso de su trayectoria vital y profesional y hablamos de lo más importante que ha habido siempre en su vida: la familia. POR ESTIBALITZ ORTEGA ARSUAGA

 

 

¿En qué momento vital te encuentras?

En el mejor. El día de hoy es el único día de hoy que tengo. La juventud tiene mucha popularidad, es muy prestigiosa. Pero al mismo tiempo, los jóvenes viven grandes angustias de construir su vida, de qué hacer, de cómo trabajar, de cómo vivir... Cuando eres más mayor, tienes la luz pagada, ya no tienes hipoteca, cuando los hijos y los nietos están criados... si estás bien de salud, sabes que va a durar poco tu vida, pero es un momento maravilloso. Porque la vida es como subir el Everest. Es muy duro, pero cuando, como yo, ya has subido la cuesta del monte y estás arriba, pues dices ¡qué bien estoy!

76 años y con la maleta de aquí para allá viajando por el mundo. ¿Qué te empuja a seguir trabajando?

Tengo una suerte muy grande. No he dejado de trabajar desde que empecé hace más de 50 años y me ofrecen cosas muy bonitas, como el programa ‘Cuando ya no esté’ [en Movistar Plus], que me permite viajar por todo el mundo y ha sido un regalo profesional y vital enorme. Es un privilegio y un honor.

Y te permite seguir aprendiendo a estas alturas de la vida.

Yo me moriré aprendiendo. Siempre digo que me quiero morir muy joven lo más tarde posible. Lo normal es que, a estas edades, en las que no tienes muchas oportunidades de ver cosas, yo también hubiese estado aprendiendo por mi propia cuenta, pero si encima te ofrecen cosas es una gran suerte.

¿Sigues viviendo intensamente pegado a la actualidad?

Antes tenía un trabajo muy brutal. Estaba seis horas y pico delante de un micrófono, con una responsabilidad grande. Ahora también, pero no está tan condensado. Siempre he vivido muy cerca de la actualidad. También cuando me voy de vacaciones. No hay una raya entre mi trabajo y mi vida. Mi vida incluye leer, oír, abrir los ojos, ver, conocer... Así vivo yo siempre.

¿En algún momento el estrés te ha quemado?

Sí, me he quemado muchas veces, pero no por exceso de trabajo. Tengo mucha resistencia. Los Gabilondo somos gente dura. Pero me he quemado muchas veces por la decepción de las cosas que he tenido que ver o que comentar. Los enconamientos entre colegas, las guerras entre medios... En la radio me ha tocado estar muy cerca de la vida política, que muchas veces se envilece y se ensucia. Muchas veces he estado tentado de dar un portazo y de irme a mi casa. Lola, mi mujer, si estuviese aquí te lo confirmaría. Me pesaba estar en medio de algún barrizal. Eso no me ha gustado nunca.

¿Y has conseguido hacerte una coraza con el paso del tiempo?

No. Tengo los poros de la sensibilidad bastante bien abiertos y los conecto bien con lo que me gusta y me hace feliz. Lo que me irrita no ha menguado. Lo que sí es que te acostumbras. Por ejemplo, yo soy tímido profundo de nacimiento, pero me he acostumbrado con el paso de los años a vivir con eso. Y también te acostumbras a vivir con las presiones. Me sigo enfadando como cuando era más joven. Y me sigo ilusionando igual.

Has recibido decenas de premios, de todos los tipos.

A veces me da vergüenza, sí...

Sin embargo, no pareces vanidoso.

Yo soy hijo de mis padres, hermano de mis hermanos, donostiarra, de la calle Txurruka... Nosotros no podemos ser gilipollas. Mis hermanos no me lo permitirían. Nosotros estamos llamados a tener una actitud sencilla ante las cosas, de agradecer lo que nos va bien, de no hacer alardes ni tonterías y estar contentos. Me ha protegido de la vanidad una raíz familiar que nos ha criado con una actitud ante las cosas que ahora no tenemos tiempo ni ganas de cambiarlo Y, por otra parte, está la conciencia de que yo trabajo en equipo. ¡Mi madre se creía que hacía el programa yo solo! Pero yo sabía que mi trabajo se construía entre un coro grande y que yo, a lo mejor, ganaba más dinero que todos ellos juntos. Así de injusto es este juego.

La muerte de Franco te pilló en Radio Sevilla, el 11M haciendo ‘Hoy por Hoy’ en Madrid...

El juicio de Burgos me pilló de director de Radio San Sebastián... Todos los grandes acontecimientos me han pillado en un sitio muy bueno para observar.

¿Y el fin de ETA dónde te encontró?

Ya no estaba haciendo ‘Hoy por Hoy’. Yo había estado muchos años contando atentados y suspirando por el día que pudiera acabar aquello. Y aquella noche me llamó Angels Barceló y me dijo “Iñaki, por favor, cuéntalo tú”. Y salí a antena y dije: “¡Por fin voy a poder gritar Gora Euskadi Askatuta! ¡Por fin, libre del horror que estábamos padeciendo!”. Se lo agradecí profundamente.

Has tenido una trayectoria profesional muy intensa. ¿Algún sueño por cumplir?

¡Qué va! Yo nunca hubiera soñado en mi vida todo lo que me pasado. Yo y sacar mi vida adelante, pero no pretendía nada más. Pero es que tengo seis doctorados Honoris Causa, es una cosa escandalosa, premios por todos los lados, y yo más reconocimientos no puedo tener. He pasado amarguras muy grandes, pero he sido un privilegiado máximo. Antes de ser director de Radio San Sebastián fui director de Radio Popular de San Sebastián y ya estaba 100 kilómetros por encima de mis sueños. Y tenía 30 años, pues fíjate... qué me iba yo a imaginar que iba a conocer a la gente que he conocido, que iba a viajar por todo el mundo y haber tenido tanta suerte, estar cerca de acontecimientos históricos. Y de haber tenido salud...Yo he tenido muy mala suerte en algunos momentos, pero luego he tenido vitalidad para disfrutar.

La enfermedad estuvo presente en tu vida durante muchos años. Pasaste una experiencia muy dura con Maite, tu primera mujer, y tú tuviste un cáncer de colon.

Sí, mi mujer estuvo ocho años en coma y yo con el cáncer casi me muero, pero no me morí...

¿Qué aprendiste de la enfermedad?

Yo sabía bastante bien, desde bastante pequeño, algo que a mucha gente le cuesta bastante entender: que la vida se pasa y se acaba. Pero, evidentemente, vivir durante ocho años con una mujer joven a la que quieres y no poder hacer nada para evitar que eso sea un horror y que acabe horrible, pues te enseña cosas. Ocho años son muchos años. Están llenos de días y de horas. La vida cambia, es un terremoto que pone todo patas arriba. No descubrí nada que no supiera, pero sí confirmé que hay cosas que son importantes y otras que no lo son. Lo más que he descubierto en la vida es que es mucho [con énfasis] peor ver sufrir a alguien que quieres sin poder hacer nada, que sufrir tú. ¡Pero ni color! Ahora a mí me dicen que tengo que volver a pasar, desde el primer minuto hasta el último, las amarguras que yo tuve, y son un paseo por las Bahamas al lado de lo que es ver sufrir a una persona a la que tú quieres y no poder hacer nada. Se habla ahora mucho de la eutanasia... Estar en compañía de alguien que no puedes tú evitar que sufra es horrible. No es una respuesta desprendida. Es una respuesta egoísta. Es mucho peor eso que estar pasando una sesión de quimio o de radio... Ni color.

¿Te cuidas?

Nunca me he cuidado. Pero he vivido con moderación. Soy muy gozón y me encanta comer, beber, el mar, el monte, las flores, la música, los libros... Soy un disfrutón profesional. Si estoy solo, disfruto. Si estoy con Lola, disfrutamos mucho los dos, no necesitamos a nadie. Disfruto mucho también con amigos.

Has contado alguna vez que si no fuera en tu tierra, te gustaría que el final te pillara en Sevilla. ¿Por qué?

Yo viví allí varios años y Sevilla se convirtió en una ciudad que ha ocupado un lugar muy grande en mi corazón. Mi mujer Lola es sevillana... Es curioso, porque yo no he perdido ni un gramo de mi donostiarrez, ni de vasquez, es más, cada día soy más donostiarra y más vasco. Y sin embargo, tengo un rincón de mi corazón y de mi cerebro en Sevilla. Es una ciudad que me enamora y me emociona mucho.

Sé que te apasiona la música. ¿Qué banda sonora te ha acompañado a lo largo de tu vida?

La banda sonora de mi vida ha sido la música. Porque, además, me gusta toda la música. La música clásica, me gusta mucho la ópera [es miembro del Consejo Asesor del Teatro Real], pero me gusta también todos los demás géneros. Elija el que te dé la gana, que todas me gustan.

¿El reggaton también? No te veo...

No. El reggaton no, pero es porque me pilla fuera de edad.

(...)

Fíjate, la primera canción que recuerdo es ‘La mer’ de Charles Trenet. Porque la añoranza insuperable es la del mar. Llevo años viviendo fuera, y cuando vengo a Donostia, podría ir a casa de mis hermanos, pero siempre vengo al hotel Londres para poder ver el mar. Uno nunca se cura de eso. No puedo con la ausencia del mar. Siempre que puedo, vengo a San Sebastián. Es aquí donde tengo la sensación de que es donde yo quisiera dar por cerrada esta película.

“LA FAMILIA ES LO MÁS IMPORTANTE EN MI VIDA”

¿Cuando miras a La Concha desde donde estamos ahora mismo, qué recuerdos te vienen a la cabeza?

¡Todos! Este era nuestro parque. Nosotros vivíamos en la calle Txurruka y aquí jugábamos en verano y en invierno. Mi madre decía que ella notaba que sus hijos ya habían empezado a irse de casa porque ya no había arena en casa... Mira, [señalando el banco de madera que tenemos justo enfrente de nosotros] en ese banco conocí a Maite, mi primera mujer [fallecida en 1981].

¿La familia es el suelo que has pisado a lo largo de tu vida?

La familia es lo más importante que yo he conocido en mi vida. Hay gente que opina que la familia está en crisis porque considera que familia es solo un determinado modelo en el que no entran los matrimonios civiles o las parejas homosexuales. Yo considero que la familia no está en crisis para nada, porque yo llamo familia a cualquier proyecto compartido a partir del amor y que establece una comunidad de objetivos y eso no está en crisis para nada. La familia es lo que nos explica. Mi hermano Angel, que es catedrático de metafísica y exministro, se presenta a sí mismo como hijo de Joxe y María Luisa. Y yo también. Nosotros nos sentimos herederos de ellos.

¿Qué valores tan importantes te transmitieron tus padres?

Pues lo más gordo es que nos los han transmitido sin hacer nada. Mis padres trabajaban los dos en la carnicería. Éramos nueve hermanos. No eran de mucho hablar. Nosotros idolatramos a nuestros padres y cuando nos juntamos nos podemos pasar horas hablando de ellos. El mensaje del sentido del trabajo se manifestaba al verles venir de la carnicería subiendo al cuarto piso, 92 escalones, con bolsas, sin ascensor... Les hemos visto trabajar mucho y entonces tenemos la conciencia del trabajo, de jugar limpio, de una honestidad absolutamente a prueba de bomba. Yo creo que se educa por ósmosis. Por una atmósfera que se crea en la casa de solidaridad, de afecto... A nosotros no nos hubiera hecho ilusión suspender. No podíamos dar a nuestros padres el disgusto de tomar a cachondeo nuestros estudios. ¡Con lo que les costaba! Cuando nos hemos hecho mayores y nos hemos puesto a hablar hemos descubierto que todos teníamos el mismo mensaje metido en el coco y que todos, de alguna manera, éramos reconocidos por rasgos parecidos que todos reconocemos en nuestros padres. La idea de que tenemos que hacer las cosas lo mejor que sepamos lo tenemos metido como si hubiese sido un mensaje divino que nos hubiesen soplado a la oreja. No somos capaces de hacer algo peor si podemos hacerlo mejor.

¿Y tú esto se lo has transmitido a tus hijos?

Sí, yo lo he transmitido hablando con ellos. Además, ahora son mayores y tengo tiempo de comprobar que ha funcionado. Ellos se sienten muy herederos de esto. Estamos todos muy unidos. Los hermanos, los hijos, los nietos... Lo que nosotros aprendimos, ellos también lo han aprendido.

¿Tienes nietos?

Tengo tres nietas que ya están en la Universidad. Il futuro è donna [el futuro es mujer], yo me ocupo de que lo sea.

¿Has ejercido de aitona con ellas?

No he sido muy aitonero. Yo les quiero un montón y ellas a mí también, tenemos un buen rollo supremo, pero no he sentido que se me haya caído la baba, como con mis hijos. El impacto que para mí fue que nacieran mis hijos no se puede comparar con tener un nieto. Lo de la nietez tiene una particularidad: es la primera cosa en la vida que tiene una importancia grande, que te marca y como que te coloca en un lugar social pero en la que tú no has hecho nada. Tener un nieto es que te llamen por teléfono y lo mismo que te pueden decir ‘oye, que nos hemos comprado un piso en Azkoitia’ pues te dicen ‘oye, estamos esperando un hijo’. En ese momento, sin tú haber hecho nada, entras en otro rango de una importancia grande. No he sido el abuelo habitual. Y tampoco sé muy bien por qué...

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